29 de octubre de 2010

Un camino

Existen en la vida ocasiones que cambian por completo tus expectativas en cuanto al futuro. Momentos que, sin más, marcan un antes y un después en la vida. Segmentos de la vida en que todo es diferente. Puntos de inflexión que, si queremos, determinan un nuevo rumbo en la vida, que abren una nuevo camino por el que tenemos la posibilidad de andar o pasear, según el ritmo que nos marquemos.

No sabemos bien cómo ni por qué se abre un nuevo camino en la vida pero lo cierto es que ahí está. Te colocas frente a él y empiezas a depositar toda tu esperanza y confianza y haces de ellas el suelo donde caminar para intentar llegar al otro lado. Esperanzas e ilusiones, tan frágiles que en cuanto pisas sobre ellas te advierten del peligro balanceándote de un lado para otro haciéndote perder el control.

El miedo a lo desconocido, arriesgar por una meta que tan siquiera ves con claridad, un camino que no sabes si con certeza te llevará a lo que realmente deseas que esté allí, al final. La familia, los amigos, son todas esas flechas que están siempre presentes en medio del camino para guiarte en los momentos más confusos, cuando las ilusiones se desvanecen y solo quieres parar, sentarte y no seguir construyendo tu camino.

Llegados a este punto me gustaría reflexionar sobre el camino del amor. Paradójicamente, el amor es el camino que no une a una persona con su destino. El amor es el destino de dos personas que cruzan un camino para llegar a un objetivo. La felicidad.

En ocasiones el camino del amor es estrecho y débil, tenebroso, misterioso, atractivo, resbaladizo. Los dos caminantes que se dirigen hacia la meta son personas distintas. Una posa sobre la otra su deseo de acompañarla en el camino y viceversa. Se hacen esfuerzos en diferentes versiones para lograr avanzar cada día un paso más. Algunas veces las personas paran, descansan, y consiguen volver a arrancar la marcha mucho más seguros de si mismos, son momentos difíciles sin duda. Estos descansos pueden coincidir con las crisis mentales que todos en algún momento hemos tenido con esa persona que nos estremece el corazón desde dentro porque, sin quererlo se nos ha colado dentro de él y que nos negamos a mover de ahí.

De todo este camino lo único importante es creer en la persona con la que caminas, sonreir a su lado, sentir la necesidad de que sonría, sentir que es la única persona con quien deseas romper a llorar si fuese necesario y sentirte reconfortado cuando solo con una mirada te seca las lágrimas del alma.

Porque el amor es, en definitiva, significa no dejarse vencer por la adversidad y siempre, siempre, creer en la magia. (*)

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2 de octubre de 2010

Llueve...

Amanecen los días, uno tras otro, como siempre. Las mañanas se van para dejar paso a las tardes, que se alargan hasta que engarzan con la caída del sol en el horizonte en una danza de luces y colores que ningún artista ha podido, por mas empeño que pusiese, plasmar en ninguna obra, pero que por suerte podemos disfrutar a diario. Caprichosa puesta de sol que no se deja copiar... Entonces llega la noche y todo se apaga.

Así transcurren los días. Siempre iguales, con su amanecer y, como no, su anochecer. Algunas veces nos encontramos con que durante ese devenir se han producido una serie de imprevistos que han hecho que algunos días se distingan de otros por las inclemencias meteorológicas que se han colado en el día como parte de él y nos afectan a todos los seres ¿humanos? que con empeño, intentamos que los días discurran con la máxima normalidad posible.

Nunca un amanecer me ha concedido el deseo de amanecer más tarde, al igual que nunca una tarde ha sido tan larga como hubiese querido en ocasiones, o un cielo estrellado lo bastante largo. En definitiva, nunca he podido hacer nada por cambiar el transcurso de los días, de la vida.

La vida, que a pesar de sus inclemencias meteorológicas, pasa. Tal como en un día lluvioso, de tormenta o nieve, las personas nos empeñamos en pasar el día como de costumbre, sin salir de nuestra rutina. Rutina que a veces se ve, inevitablemente extorsionada por las consecuencias de nuestros actos para con nosotros mismos. Los llamamos problemas. Existen desde que existen los días. No se puede cambiar, están ahí.

Existen diferentes maneras de afrontarlos, una de ellas es no afrontarlos, rechazarlos. Correspondería a todas aquellas personas que en un día de lluvia no abandonan su hogar, prefieren mirar la lluvia caer desde la ventana, sin inmutarse, viendo como la lluvia se lo lleva todo.

Hay quien prefiere enfrentarse a ellos. Resolverlos lo antes posible para así hacer que su vida siga sin inconveniente. Estos no dudan a la hora de coger el paraguas y salir a la calle dispuestos a seguir con sus vidas.

Normalmente decido salir de casa cuando tengo obligaciones. Ese día puedo tener suerte y tener un sol arriba, brillando, o puede que llueva, nieve, o truene.

A veces desde mi ventana veo la lluvia estrellarse contra el suelo, la nieve flotar hasta posarse copo sobre copo o los relámpagos en el cielo. Hay días en los que salgo cuando llueve, un paraguas cerrado me suele acompañar, me estoy mojando, no me importa. Sé que me voy a encontrar con alguna de esas personas que comparte mis días y lo va a necesitar más que yo. Entonces, me coloco frente a frente lo despliego y se lo doy. Me sigo mojando, tu ya no. Es suficiente.

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