2 de octubre de 2010

Llueve...

Amanecen los días, uno tras otro, como siempre. Las mañanas se van para dejar paso a las tardes, que se alargan hasta que engarzan con la caída del sol en el horizonte en una danza de luces y colores que ningún artista ha podido, por mas empeño que pusiese, plasmar en ninguna obra, pero que por suerte podemos disfrutar a diario. Caprichosa puesta de sol que no se deja copiar... Entonces llega la noche y todo se apaga.

Así transcurren los días. Siempre iguales, con su amanecer y, como no, su anochecer. Algunas veces nos encontramos con que durante ese devenir se han producido una serie de imprevistos que han hecho que algunos días se distingan de otros por las inclemencias meteorológicas que se han colado en el día como parte de él y nos afectan a todos los seres ¿humanos? que con empeño, intentamos que los días discurran con la máxima normalidad posible.

Nunca un amanecer me ha concedido el deseo de amanecer más tarde, al igual que nunca una tarde ha sido tan larga como hubiese querido en ocasiones, o un cielo estrellado lo bastante largo. En definitiva, nunca he podido hacer nada por cambiar el transcurso de los días, de la vida.

La vida, que a pesar de sus inclemencias meteorológicas, pasa. Tal como en un día lluvioso, de tormenta o nieve, las personas nos empeñamos en pasar el día como de costumbre, sin salir de nuestra rutina. Rutina que a veces se ve, inevitablemente extorsionada por las consecuencias de nuestros actos para con nosotros mismos. Los llamamos problemas. Existen desde que existen los días. No se puede cambiar, están ahí.

Existen diferentes maneras de afrontarlos, una de ellas es no afrontarlos, rechazarlos. Correspondería a todas aquellas personas que en un día de lluvia no abandonan su hogar, prefieren mirar la lluvia caer desde la ventana, sin inmutarse, viendo como la lluvia se lo lleva todo.

Hay quien prefiere enfrentarse a ellos. Resolverlos lo antes posible para así hacer que su vida siga sin inconveniente. Estos no dudan a la hora de coger el paraguas y salir a la calle dispuestos a seguir con sus vidas.

Normalmente decido salir de casa cuando tengo obligaciones. Ese día puedo tener suerte y tener un sol arriba, brillando, o puede que llueva, nieve, o truene.

A veces desde mi ventana veo la lluvia estrellarse contra el suelo, la nieve flotar hasta posarse copo sobre copo o los relámpagos en el cielo. Hay días en los que salgo cuando llueve, un paraguas cerrado me suele acompañar, me estoy mojando, no me importa. Sé que me voy a encontrar con alguna de esas personas que comparte mis días y lo va a necesitar más que yo. Entonces, me coloco frente a frente lo despliego y se lo doy. Me sigo mojando, tu ya no. Es suficiente.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Me alegro de que vuelvas al blog... no lo dejes nunca, los hay que necesitamos de tu prosa!

Iván dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

Qué envidia de la persona a la que vaya dirigido, al menos las últimas frases. Espero que tú tampoco te mojes.

Anónimo dijo...

eres genial....me orgullece tenerte al lado y poder leer cosas como estas...
Por favor, sigue escribiendo,vas a conseguir todo lo que te propongas.

Mi paraguas siempre se abrirá para ti e incluso mi sombrilla =)

Patri

Anónimo dijo...

Quizás no lo sepas pero con el mero hecho de escribir unas palabras ya haces más que muchos otros con sus actos.

Podría decirte muchas cosas hoy, pero creo que es mejor que no lo haga. Lo reduciré todo a una palabra: Gracias :)

Espero ese paraguas que me dijiste que me ibas a llevar ;)

Publicar un comentario