19 de octubre de 2011

Historia de un post sin sentido

Una pantalla de escasas 4 pulgadas puede ya convertirse en un lugar idóneo en el que volcar y expresar nuestros pensamientos, emociones, inquietudes, preocupaciones, problemas y una larga lista de sensaciones personales.

Podría ponerme en primera persona como ejemplo, de hecho, no son más de 4 pulgadas de espacio donde escribo estas líneas que luego no importarán a nadie (somos narcisistas y tenemos que alimentar nuestro ego de alguna forma. Escribir para nadie es una de esas formas que nos reportan placer), o donde, mejor dicho, toco con delicadeza la representación del alfabeto que la luz muestra en mi pantalla.

Sin embargo, la sensación de que estas letras algún día conmoverán al mundo no deja de retumbarme en la cabeza. Lo sé, es una tara del ser humano, confiar demasiado en lo que uno crea o hace. De hecho, la mayor parte de nuestras opiniones y comentarios suelen arrinconar, en nuestro cerebro, las valoraciones de nuestros semejantes. Error al que nos hemos acostumbrado con el paso de los años, lamentablemente.

Nuestro individualismo va en aumento. ¿A quién necesitamos en nuestra vida? ¿Quién es realmente imprescindible en ella? Son solo dos preguntas que hago al aire, o al irresponsable que lea esta parrafada sin sentido alguno. Te has topado con un texto que se escapa de la razón, lo siento. Sin embargo solo pretendo que después de leer esto nadie se sienta menos especial que cualquier otra persona.

Todos, absolutamente todos, los seres humanos tenemos dentro algo especial, algo que merece la pena enseñar al mundo. Cree en ello, sin complejos, hazlo, puede que el resultado sea sorprendente.

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11 de junio de 2011

¿De dónde surge la inspiración?

Hurgar en la mitología griega resulta una tarea fascinante, reveladora e interesante. Responsabilizar de la vida, la muerte, la climatología, del amor y el desamor a los Dioses es lo más curioso de la antigua sociedad griega.

Cientos de veces he sentido la necesidad de saber de dónde salían las ideas. Cientos de veces he ansiado saber de dónde salía la inquietud por crear. Hallé en las páginas de un libro, amarillento de vejez, a quien culpar de la inspiración: las musas.

Nueve culpables de la música, del arte y de las ciencias. Creadoras de compases literarios y de versos musicales, portadoras del lienzo del artista y responsables de la mano del pintor, cual marioneta, sin oponer resistencia, se somete a merced de su divinidad para enriquecer a la humanidad con su obra. Las musas: culpables de la belleza del mundo.

Sin embargo, con sus ventajas e inconvenientes, no estamos en la antigua Grecia. Se fue y con ella se fueron las inspiradoras musas, encerradas para siempre entre las páginas de los libros de los que un día fueron responsables.

Sólo unos minutos de reflexión son necesarios para caer en la cuenta de que la sociedad exprés en la que sobrevivimos no tiene tiempo para detenerse apreciar la belleza de lo efímero y mucho menos, de lo duradero.

No obstante, también en nuestros días, existen personas capaces de crear y mostrar, capaces de erizar la piel del resto de los mortales con la belleza de sus obras, capaces de dejarse manejar por la inspiración. ¿De dónde sale su inspiración? Su inspiración surge de captar los detalles de la vida cotidiana que pasan desapercibidos al resto.

No sé qué nombre darle a estos seres especiales que ven más allá de lo que ve el resto del mundo, que materializan los sueños y los transforman en arte para el disfrute de alguien, algún día, pero hay algo que si sé: ven lo que nadie ve, exprimen al máximo el brillo de los ojos de un niño al sonreír, el frío impacto del oleaje en los tobillos mientras la arena masajea la planta de tus pies y el calor del sol sobre su cara, huelen las sábanas recién acostados, disfrutan del silencio en compañía de un verso, lloran cada vez que escuchan su canción triste favorita y tiemblan de emoción con sus seres queridos...

Estas, y muchas más, son cualidades de estos seres aunque, la cualidad básica es esta: atrapar el momento y transformarlo del corazón hacia fuera en belleza. El ser humano es arte y tú eres uno, ¿Has descubierto esta cualidad? Inténtalo.

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15 de enero de 2011

Reflexión al despertar

Esta mañana, justo al despertarme, apenas unos segundos después de despegar los párpados y darle la bienvenida a la incómoda primera luz del día, me ha asaltado una duda: ¿Cómo sería mí vida sin la gente que me rodea?

Puro azar, ese es el mecanismo por el que empezamos a formar parte de una familia. De una cantidad de personas que nos ofrecen su apoyo, comprensión y ayuda desde el primer instante de nuestra vida. Esas personas que, cuando nuestra conciencia aún permanecía dormida se desvivían por hacernos esbozar una sonrisa y no se frustraban al recibir un llanto emergido de nuestra desconfianza.

La familia son todas esas personas que comparten contigo los momentos más felices de tu vida, las celebraciones más importantes a la par que se derrumban contigo en tus peores momentos. Es la gente que te ha tocado por mero y puro azar y a la que has aprendido a querer gracias al cariño recibido. Son una pieza indispensable e imprescindible en nuestra vida, los seres que te han dado la vida y los que han sabido cuidarte y desvivirse por ti cuando todavía eras un ser indefenso ante el mundo.

Automáticamente después de reflexionar sobre la familia he desviado mis pensamientos hacía uno de los pilares más importantes en la vida de todos: los amigos, la familia escogida.

Me he percatado esta mañana, cuando mis ojos ya se habían acostumbrado a la luz del sol y me había incorporado para seguir reflexionando, que el corazón es una pieza dividida en mil pedazos.

Pedazos de nuestro corazón son todas aquellas personas a las que decidimos entregarles, de forma voluntaria, nuestra dedicación, nuestra confianza, nuestro apoyo y nuestra comprensión. Son trocitos de nuestro corazón, unos más grandes y otros más pequeños, pero todos ellos forman la pieza clave para que podamos ser felices.

Son todas esas personas que si no existieran dejarían un vacío en tu corazón. Todas esas personas que si desaparecen de tu vida, dejarían una pieza menos, insustituible. Las personas que necesitas para poder llorar, las personas que te necesitan cuando debes secar sus lágrimas y transformarlas en una sonrisa, las personas que comparten, sin pedirte nada a cambio, su vida con tu vida.

Y con este pensamiento he abandonado mi cama. He posado mis pies descalzos sobre el suelo y he sentido el frío tacto de las baldosas. Justo en ese momento he subido por mi cuerpo un escalofrío que ha acabado en la parte trasera de mi cabeza formado una idea más en mi cabeza.

Tal y como ha entrado el frío incómodo por mi cuerpo, existen personas a lo largo de la vida que intentan entrar en ella con un mal fin. Algunas personas, desgraciadamente, consiguen entrar en tu vida y la desequilibran.

Si, son todos nuestros fantasmas enemigos, esas personas que con su presencia en nuestra vida nos han enseñado las lecciones más importantes. Esas personas que han provocado lágrimas en nuestros ojos, esos seres que han perturbado nuestra felicidad pero que, sin embargo, nos han hecho más y más fuertes. Nos han enseñado que la vida no es siempre un camino de rosas y nos han mostrado que existen espinas debajo de las rosas.

A estos últimos debemos darles las gracias. Gracias por enseñarnos a decidir quien nos hace bien y quien nos hace mal. Gracias por darnos las lecciones más importantes de nuestra vida. Gracias por no estar ya en nuestra vida.

Y aún con legañas en los ojos, me he puesto a caminar para disfrutar de un día más con todas esas personas que he mencionado anteriormente. Con mis amigos, con mi familia y, seguramente, con algún que otro ser malintencionado que más pronto que tarde me dará una lección de por vida. 

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29 de octubre de 2010

Un camino

Existen en la vida ocasiones que cambian por completo tus expectativas en cuanto al futuro. Momentos que, sin más, marcan un antes y un después en la vida. Segmentos de la vida en que todo es diferente. Puntos de inflexión que, si queremos, determinan un nuevo rumbo en la vida, que abren una nuevo camino por el que tenemos la posibilidad de andar o pasear, según el ritmo que nos marquemos.

No sabemos bien cómo ni por qué se abre un nuevo camino en la vida pero lo cierto es que ahí está. Te colocas frente a él y empiezas a depositar toda tu esperanza y confianza y haces de ellas el suelo donde caminar para intentar llegar al otro lado. Esperanzas e ilusiones, tan frágiles que en cuanto pisas sobre ellas te advierten del peligro balanceándote de un lado para otro haciéndote perder el control.

El miedo a lo desconocido, arriesgar por una meta que tan siquiera ves con claridad, un camino que no sabes si con certeza te llevará a lo que realmente deseas que esté allí, al final. La familia, los amigos, son todas esas flechas que están siempre presentes en medio del camino para guiarte en los momentos más confusos, cuando las ilusiones se desvanecen y solo quieres parar, sentarte y no seguir construyendo tu camino.

Llegados a este punto me gustaría reflexionar sobre el camino del amor. Paradójicamente, el amor es el camino que no une a una persona con su destino. El amor es el destino de dos personas que cruzan un camino para llegar a un objetivo. La felicidad.

En ocasiones el camino del amor es estrecho y débil, tenebroso, misterioso, atractivo, resbaladizo. Los dos caminantes que se dirigen hacia la meta son personas distintas. Una posa sobre la otra su deseo de acompañarla en el camino y viceversa. Se hacen esfuerzos en diferentes versiones para lograr avanzar cada día un paso más. Algunas veces las personas paran, descansan, y consiguen volver a arrancar la marcha mucho más seguros de si mismos, son momentos difíciles sin duda. Estos descansos pueden coincidir con las crisis mentales que todos en algún momento hemos tenido con esa persona que nos estremece el corazón desde dentro porque, sin quererlo se nos ha colado dentro de él y que nos negamos a mover de ahí.

De todo este camino lo único importante es creer en la persona con la que caminas, sonreir a su lado, sentir la necesidad de que sonría, sentir que es la única persona con quien deseas romper a llorar si fuese necesario y sentirte reconfortado cuando solo con una mirada te seca las lágrimas del alma.

Porque el amor es, en definitiva, significa no dejarse vencer por la adversidad y siempre, siempre, creer en la magia. (*)

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2 de octubre de 2010

Llueve...

Amanecen los días, uno tras otro, como siempre. Las mañanas se van para dejar paso a las tardes, que se alargan hasta que engarzan con la caída del sol en el horizonte en una danza de luces y colores que ningún artista ha podido, por mas empeño que pusiese, plasmar en ninguna obra, pero que por suerte podemos disfrutar a diario. Caprichosa puesta de sol que no se deja copiar... Entonces llega la noche y todo se apaga.

Así transcurren los días. Siempre iguales, con su amanecer y, como no, su anochecer. Algunas veces nos encontramos con que durante ese devenir se han producido una serie de imprevistos que han hecho que algunos días se distingan de otros por las inclemencias meteorológicas que se han colado en el día como parte de él y nos afectan a todos los seres ¿humanos? que con empeño, intentamos que los días discurran con la máxima normalidad posible.

Nunca un amanecer me ha concedido el deseo de amanecer más tarde, al igual que nunca una tarde ha sido tan larga como hubiese querido en ocasiones, o un cielo estrellado lo bastante largo. En definitiva, nunca he podido hacer nada por cambiar el transcurso de los días, de la vida.

La vida, que a pesar de sus inclemencias meteorológicas, pasa. Tal como en un día lluvioso, de tormenta o nieve, las personas nos empeñamos en pasar el día como de costumbre, sin salir de nuestra rutina. Rutina que a veces se ve, inevitablemente extorsionada por las consecuencias de nuestros actos para con nosotros mismos. Los llamamos problemas. Existen desde que existen los días. No se puede cambiar, están ahí.

Existen diferentes maneras de afrontarlos, una de ellas es no afrontarlos, rechazarlos. Correspondería a todas aquellas personas que en un día de lluvia no abandonan su hogar, prefieren mirar la lluvia caer desde la ventana, sin inmutarse, viendo como la lluvia se lo lleva todo.

Hay quien prefiere enfrentarse a ellos. Resolverlos lo antes posible para así hacer que su vida siga sin inconveniente. Estos no dudan a la hora de coger el paraguas y salir a la calle dispuestos a seguir con sus vidas.

Normalmente decido salir de casa cuando tengo obligaciones. Ese día puedo tener suerte y tener un sol arriba, brillando, o puede que llueva, nieve, o truene.

A veces desde mi ventana veo la lluvia estrellarse contra el suelo, la nieve flotar hasta posarse copo sobre copo o los relámpagos en el cielo. Hay días en los que salgo cuando llueve, un paraguas cerrado me suele acompañar, me estoy mojando, no me importa. Sé que me voy a encontrar con alguna de esas personas que comparte mis días y lo va a necesitar más que yo. Entonces, me coloco frente a frente lo despliego y se lo doy. Me sigo mojando, tu ya no. Es suficiente.

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24 de julio de 2010

Ver o mirar en el espejo

Despertador. Abrir los ojos. Sentarse al filo de la cama. El flujo sanguíneo ya está en funcionamiento más rápidamente que en el letargo de la noche. Levantar la cabeza. Ponerse en pie.

Me levanto cada mañana y la inercia diaria se apodera de mi mente, sin pretenderlo lo más mínimo. Mi cuerpo, aún dormido, obedece sin oponer resistencia alguna a los hábitos matutinos a los que lo tengo acostumbrado.

Me hace caminar hasta el baño más cercano a mi dormitorio. Aún no he ubicado mi cabeza en el mundo y sin pensarlo me he quedado parado, inmóvil, mirándome en el espejo. Mientras, el gres, frío pero suave al tacto, empieza a hacerse notar en la planta de mis pies, aún descalzos. Enfoco la mirada y veo un reflejo de mi cuerpo en el espejo. Examino los defectos físicos que giran en torno a él. Tú también lo haces, ¿verdad?

La verdad es que no estás viéndote a ti mismo. Estás viendo un cuerpo, más o menos esbelto, más o menos bronceado, más o menos largo, más o menos grueso, pero un cuerpo al fin y al cabo. Tu cuerpo. Te sientes orgulloso o no de él, pero es tu cuerpo.

Lo hacemos todos, como robots programados para ese fin observamos nuestro físico todos los días en el espejo. Estamos programados. Programados por la sociedad elitista en que discurren nuestros días. Sociedad que nos ata a unos hábitos de belleza y a ciertas responsabilidades sociales que queremos cubrir con nuestro físico, aun a costa de nuestra integridad personal.
Personas que se olvidan de que lo son para dedicar su vida, que termina siendo mortal, a ser piezas bellas de la sociedad.

Verse en el espejo es la manera que tenemos de examinar nuestro físico en términos plásticos. Sin embargo, la práctica verdaderamente importante y valiosa es la tarea de mirarse en el espejo.

El número de asistentes a centros de cuidados corporales, llámese gimnasio, llámese centros de cirugía estética se incrementa cada año. El número de trastornos psicológicos relacionados con la belleza como la anorexia, la bulimia, o la vigorexia están aumentando. No podemos hacer nada. La sociedad es cruel. Si no eres guapo, muérete intentándolo.

Mirarse en el espejo, apoyar las manos sobre el lavabo y acercar el tronco hasta que el rostro toca con la punta de la nariz el espejo, que se empaña. Mirar en nuestra pupila el reflejo del propio espejo, y llegados a este punto, considerar una pregunta básica. ¿Es por mí o es por qué la gente quiere verlo?

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3 de junio de 2010

Tiempo Muerto


Algunas veces es necesaria una bocanada de aire gélido, que atraviese punzante los pulmones, para viajar, no sé muy bien por qué extraño mecanismo del cuerpo humano, hacia cada rincón del conjunto de huesos y carne que provoca nuestra sombra, para calmar el ritmo apresurado que mantiene nuestro corazón.
Tienes que salir de la cancha. Estás cansado, el peso que sostienen tus piernas parece haber aumentado exponencialmente en los últimos instantes del juego. Caminas con pies de plomo sobre una superficie que poco a poco se deshace a tus pies. Miras hacia abajo, ves que se derrite, no opones resistencia, caes y no te importa.
Miras el banquillo. Quieres derrumbarte en él. Te sientas haciendo que el peso de tu cuerpo se desplome en la madera, que absorbe el calor de tus nalgas.  La cabeza, que hasta ahora había estado descolgada hacia delante, en un gesto de abatimiento, comienza a alzarse. Eclosionan las gotas de sudor de tu frente. Resbalan a velocidad dispar por tu cara, unas se encuentran con los accidentes de tus facciones y otras encuentran una vía más rápida por la suavidad y el deslizamiento que proporcionan algunas zonas de tu piel.
Y ya estás fuera. Te ves ahí sentado, mirando el partido. Estás perdiendo. No es nada comparado con lo que podría pasar, tienes que buscar un remedio para los problemas que tienes jugando. Pasan cosas a tu alrededor que no te importan lo más mínimo, dejas de ver lo que tienes a tu lado porque eres incapaz de salir del estado en el que te encuentras. Absorto en ti.  No puedes encontrar una solución a lo que está pasando.
Algo te ha caído en la cabeza, como una fresca gota de lluvia que cae en un lago sereno, oscuro y tenebroso. Podría ser una solución para seguir adelante con el partido, justo la gota que necesitabas beber para recuperarte. O no.
Pase lo que pase se ha acabado el tiempo muerto, la árbitro, vestida como siempre, sobria e impoluta, a quien llaman realidad, ha decidido que tienes que salir al campo y reanudar de nuevo el juego de tu vida.

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