Justo cuando vamos asentando la copiosa cena que hemos disfrutado, sin prisa pero sin pausa, durante toda la última noche del año llega el momento de poner el colofón. Faltan sólo tres minutos para la medianoche y todos tenemos ya las 12 uvas perfectamente contadas (unas cinco veces ya nos parecen suficientes) en una mano, en la otra, una copa de burbujeante cava. Sin saber por qué sólo nos fiamos de TVE para estrenar el calendario. Tras el carrillón y los cuartos, empiezan las campanadas.
Cuando acaba este típico ritual que se repite año tras año con ligeras variantes llega el momento de reflexionar y hacer balance del año al que decimos adiós. ¿Ha sido positivo o negativo? Siempre se podría mejorar, ¿verdad?
Después del balance anual llega el momento en el que nos planteamos los propósitos para el nuevo año. Con mucha ilusión y fuerza de voluntad empezamos el año pidiendo cosas que sabemos de antemano que no seremos capaces de conseguir. Y es que, el año nuevo nos carga de buenas intenciones. Intenciones que a medida que pasan las semanas del recién estrenado año se van disipando hasta desaparecer.
Entre los propósitos más recurrentes está el de pedir la paz mundial, salud, mejorar la economía, enamorarse, conseguir un buen trabajo, etc. Otro de los míticos es conseguir ponerse en forma para el verano. Nosotros ya sabemos perfectamente que cosas no van a suceder, pero aun así las pedimos. Pedimos por pedir. Y eso es lo que critico hoy aquí.
Este año espero y deseo que bajemos nuestro listón de peticiones y, en vez de pedir cosas desproporcionadas a nuestras capacidades, pidamos todas esas pequeñas cosas, fáciles de llevar a cabo, que nos hacen sentir mejor a nosotros mismos y a la gente que nos rodea. Por ejemplo, tomar todos los cafés que hemos dejado pendientes con aquél amigo que vemos poco durante los años anteriores, dedicar más tiempo a disfrutar con las historias de nuestros mayores, sacar algunos minutos más para jugar con los pequeños de la familia, hacer sonreír más que el año anterior a nuestros padres, disfrutar de los amigos cuando estamos en su compañía…
Si nuestras propuestas cada año fuesen de ese tipo, al cerrar el calendario estaríamos más orgullosos de nosotros mismos por haberlas realizado con éxito. Ya que este año la crisis nos aprieta, hagamos de 2010 el año de los propósitos que no cuestan dinero los que se hacen sólo por el puro placer de llevarlos a cabo y que son, sin duda, los mejores propósitos.
27 de diciembre de 2009
Los falsos propósitos de año nuevo
20 de diciembre de 2009
Reflexiones navideñas
5 de diciembre de 2009
Explorando la vida universitaria
Creí cuando iba a recibir los resultados de la dichosa prueba de selectividad que mi nota no estaría, ni por asomo, rondando la nota de corte de la doble licenciatura de periodismo y comunicación (que actualmente curso), por ello empecé a buscar alternativas a mis planes iniciales, con el consecuente agobio.
El agobio se había esfumado cuando recibí una carta procedente de la URJC (Universidad Rey Juan Carlos) confirmándome que mi nota de corte estaba dentro de las notas que se necesitaban para cursar la doble licenciatura que me gustaba. ¡Triunfo inesperado!
Nada más empezar las clases tenía unas ganas desesperantes de avanzar en el curso, de aprender más cosas, de absorber todos los conocimientos que pudiese. En su inicio las clases eran desesperantes y estaban llenas de incertidumbre pero, a medida que transcurrían los días e iban pasando las semanas esa sensación desapareció en favor de mi creciente curiosidad.
Algunas asignaturas de la carrera incluían contenidos que no esperaba conocer en un principio. Muchos de estos contenidos imprevistos no repercutieron en la pronta idealización de mis estudios, más bien al contrario, me permitieron tener una visión más global del mismo asunto. Y en algunos casos, incluso fortalecer mis pensamientos acerca de la carrera.
Llegó la primera prueba universitaria, los temidos exámenes de febrero. Luego llego la segunda horrible experiencia de los universitarios, los exámenes de junio. Y peor aún, llego… ¡septiembre!
El primer curso universitario se desarrolló, académicamente hablado, sin sobresaltos. Con respecto a mi vida social dentro de mi universidad, en especial mi clase, era casi nula el primer año. Pero las cosas cambian.
He tenido que llegar a tercero para ir conociendo más profundamente a mis compañeros de clase. Aprender casi todos los nombres y mantener conversaciones de mas de 4 sílabas ( la típica conversación: - Hola. – Hola) con algunos de ellos. Pero siempre hay que tener en cuenta que: nunca es tarde si la dicha es buena.