Una pantalla de escasas 4 pulgadas puede ya convertirse en un lugar idóneo en el que volcar y expresar nuestros pensamientos, emociones, inquietudes, preocupaciones, problemas y una larga lista de sensaciones personales.
Podría ponerme en primera persona como ejemplo, de hecho, no son más de 4 pulgadas de espacio donde escribo estas líneas que luego no importarán a nadie (somos narcisistas y tenemos que alimentar nuestro ego de alguna forma. Escribir para nadie es una de esas formas que nos reportan placer), o donde, mejor dicho, toco con delicadeza la representación del alfabeto que la luz muestra en mi pantalla.
Sin embargo, la sensación de que estas letras algún día conmoverán al mundo no deja de retumbarme en la cabeza. Lo sé, es una tara del ser humano, confiar demasiado en lo que uno crea o hace. De hecho, la mayor parte de nuestras opiniones y comentarios suelen arrinconar, en nuestro cerebro, las valoraciones de nuestros semejantes. Error al que nos hemos acostumbrado con el paso de los años, lamentablemente.
Nuestro individualismo va en aumento. ¿A quién necesitamos en nuestra vida? ¿Quién es realmente imprescindible en ella? Son solo dos preguntas que hago al aire, o al irresponsable que lea esta parrafada sin sentido alguno. Te has topado con un texto que se escapa de la razón, lo siento. Sin embargo solo pretendo que después de leer esto nadie se sienta menos especial que cualquier otra persona.
Todos, absolutamente todos, los seres humanos tenemos dentro algo especial, algo que merece la pena enseñar al mundo. Cree en ello, sin complejos, hazlo, puede que el resultado sea sorprendente.
19 de octubre de 2011
Historia de un post sin sentido
11 de junio de 2011
¿De dónde surge la inspiración?
15 de enero de 2011
Reflexión al despertar
29 de octubre de 2010
Un camino
2 de octubre de 2010
Llueve...
24 de julio de 2010
Ver o mirar en el espejo
Despertador. Abrir los ojos. Sentarse al filo de la cama. El flujo sanguíneo ya está en funcionamiento más rápidamente que en el letargo de la noche. Levantar la cabeza. Ponerse en pie.
Me levanto cada mañana y la inercia diaria se apodera de mi mente, sin pretenderlo lo más mínimo. Mi cuerpo, aún dormido, obedece sin oponer resistencia alguna a los hábitos matutinos a los que lo tengo acostumbrado.
Me hace caminar hasta el baño más cercano a mi dormitorio. Aún no he ubicado mi cabeza en el mundo y sin pensarlo me he quedado parado, inmóvil, mirándome en el espejo. Mientras, el gres, frío pero suave al tacto, empieza a hacerse notar en la planta de mis pies, aún descalzos. Enfoco la mirada y veo un reflejo de mi cuerpo en el espejo. Examino los defectos físicos que giran en torno a él. Tú también lo haces, ¿verdad?
La verdad es que no estás viéndote a ti mismo. Estás viendo un cuerpo, más o menos esbelto, más o menos bronceado, más o menos largo, más o menos grueso, pero un cuerpo al fin y al cabo. Tu cuerpo. Te sientes orgulloso o no de él, pero es tu cuerpo.
Lo hacemos todos, como robots programados para ese fin observamos nuestro físico todos los días en el espejo. Estamos programados. Programados por la sociedad elitista en que discurren nuestros días. Sociedad que nos ata a unos hábitos de belleza y a ciertas responsabilidades sociales que queremos cubrir con nuestro físico, aun a costa de nuestra integridad personal.
Personas que se olvidan de que lo son para dedicar su vida, que termina siendo mortal, a ser piezas bellas de la sociedad.
Verse en el espejo es la manera que tenemos de examinar nuestro físico en términos plásticos. Sin embargo, la práctica verdaderamente importante y valiosa es la tarea de mirarse en el espejo.
El número de asistentes a centros de cuidados corporales, llámese gimnasio, llámese centros de cirugía estética se incrementa cada año. El número de trastornos psicológicos relacionados con la belleza como la anorexia, la bulimia, o la vigorexia están aumentando. No podemos hacer nada. La sociedad es cruel. Si no eres guapo, muérete intentándolo.
Mirarse en el espejo, apoyar las manos sobre el lavabo y acercar el tronco hasta que el rostro toca con la punta de la nariz el espejo, que se empaña. Mirar en nuestra pupila el reflejo del propio espejo, y llegados a este punto, considerar una pregunta básica. ¿Es por mí o es por qué la gente quiere verlo?
3 de junio de 2010
Tiempo Muerto