27 de diciembre de 2009

Los falsos propósitos de año nuevo

Justo cuando vamos asentando la copiosa cena que hemos disfrutado, sin prisa pero sin pausa, durante toda la última noche del año llega el momento de poner el colofón. Faltan sólo tres minutos para la medianoche y todos tenemos ya las 12 uvas perfectamente contadas (unas cinco veces ya nos parecen suficientes) en una mano, en la otra, una copa de burbujeante cava. Sin saber por qué sólo nos fiamos de TVE para estrenar el calendario. Tras el carrillón y los cuartos, empiezan las campanadas.



Cuando acaba este típico ritual que se repite año tras año con ligeras variantes llega el momento de reflexionar y hacer balance del año al que decimos adiós. ¿Ha sido positivo o negativo? Siempre se podría mejorar, ¿verdad?


Después del balance anual llega el momento en el que nos planteamos los propósitos para el nuevo año. Con mucha ilusión y fuerza de voluntad empezamos el año pidiendo cosas que sabemos de antemano que no seremos capaces de conseguir. Y es que, el año nuevo nos carga de buenas intenciones. Intenciones que a medida que pasan las semanas del recién estrenado año se van disipando hasta desaparecer.


Entre los propósitos más recurrentes está el de pedir la paz mundial, salud, mejorar la economía, enamorarse, conseguir un buen trabajo, etc. Otro de los míticos es conseguir ponerse en forma para el verano. Nosotros ya sabemos perfectamente que cosas no van a suceder, pero aun así las pedimos. Pedimos por pedir. Y eso es lo que critico hoy aquí.


Este año espero y deseo que bajemos nuestro listón de peticiones y, en vez de pedir cosas desproporcionadas a nuestras capacidades, pidamos todas esas pequeñas cosas, fáciles de llevar a cabo, que nos hacen sentir mejor a nosotros mismos y a la gente que nos rodea. Por ejemplo, tomar todos los cafés que hemos dejado pendientes con aquél amigo que vemos poco durante los años anteriores, dedicar más tiempo a disfrutar con las historias de nuestros mayores, sacar algunos minutos más para jugar con los pequeños de la familia, hacer sonreír más que el año anterior a nuestros padres, disfrutar de los amigos cuando estamos en su compañía…



Si nuestras propuestas cada año fuesen de ese tipo, al cerrar el calendario estaríamos más orgullosos de nosotros mismos por haberlas realizado con éxito. Ya que este año la crisis nos aprieta, hagamos de 2010 el año de los propósitos que no cuestan dinero los que se hacen sólo por el puro placer de llevarlos a cabo y que son, sin duda, los mejores propósitos.

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20 de diciembre de 2009

Reflexiones navideñas

En Madrid la Navidad se adelanta mucho más que en otros sitios. A inicios de diciembre, ya puedes pasear por el centro de Madrid o visitar los grandes centros comerciales para ver cómo los operarios del ayuntamiento y los trabajadores de dichos centros se afanan en colocar las luces que formarán parte del alumbrado de ese año. Y es que, si algo me gusta de la navidad es, sin duda, las luces que alumbran la ciudad donde vivimos. Pero la Navidad no son solo luces.


En 20 años, he llegado a la conclusión de que la navidad es la época del año que deja ver los mejores sentimientos que tenemos hacia nuestros seres queridos, no entiendo porqué. Al menos eso me pasa a mí. Llegando estas fechas siento una nostalgia especial por estar cerca de los míos compartiendo cenas, comidas y, cómo no, alegría.

Estos días me siento a la mesa y miro. Miro a los lados para ver a las personas con las que he compartido mi vida y que me han dado tanto. Sonrío y pienso en que quiero pasar muchos años mas acompañado de esas caras. Vuelvo a sonreír.

Pero, la Navidad se me hace corta, no sé porqué los humanos tendemos a comportarnos de diferente manera en estas fechas y no nos comportamos el resto del año como lo solemos hacer en Navidad. Un poco de cariño adicional durante todo el año no hace mal a nadie, no nos pasaría nada si compartiésemos más momentos durante todo el año. Aprender a valorar cada mes, cada semana y cada día que somos afortunados de contar con lo que tenemos y dar las gracias a la vida por las cosas buenas que siempre nos quedarán. Las gracias por ver a nuestros descendientes crecer siempre con una inocente risa de niños.

Háganse preguntas en estas fechas sobre su vida. ¿De verdad no hay un solo motivo en su vida por el que sonreír y dar cariño todos los días del año?

Por fin se acerca la hora de marchar de Madrid rumbo a mi pueblo, donde quiero pasar siempre la Navidad. Echaré de menos a la pequeña porción de vida que tengo aquí y que, poco a poco, se va haciendo más grande.

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5 de diciembre de 2009

Explorando la vida universitaria

Creí cuando iba a recibir los resultados de la dichosa prueba de selectividad que mi nota no estaría, ni por asomo, rondando la nota de corte de la doble licenciatura de periodismo y comunicación (que actualmente curso), por ello empecé a buscar alternativas a mis planes iniciales, con el consecuente agobio.

El agobio se había esfumado cuando recibí una carta procedente de la URJC (Universidad Rey Juan Carlos) confirmándome que mi nota de corte estaba dentro de las notas que se necesitaban para cursar la doble licenciatura que me gustaba. ¡Triunfo inesperado!

Nada más empezar las clases tenía unas ganas desesperantes de avanzar en el curso, de aprender más cosas, de absorber todos los conocimientos que pudiese. En su inicio las clases eran desesperantes y estaban llenas de incertidumbre pero, a medida que transcurrían los días e iban pasando las semanas esa sensación desapareció en favor de mi creciente curiosidad.

Algunas asignaturas de la carrera incluían contenidos que no esperaba conocer en un principio. Muchos de estos contenidos imprevistos no repercutieron en la pronta idealización de mis estudios, más bien al contrario, me permitieron tener una visión más global del mismo asunto. Y en algunos casos, incluso fortalecer mis pensamientos acerca de la carrera.

Llegó la primera prueba universitaria, los temidos exámenes de febrero. Luego llego la segunda horrible experiencia de los universitarios, los exámenes de junio. Y peor aún, llego… ¡septiembre!

El primer curso universitario se desarrolló, académicamente hablado, sin sobresaltos. Con respecto a mi vida social dentro de mi universidad, en especial mi clase, era casi nula el primer año. Pero las cosas cambian.


He tenido que llegar a tercero para ir conociendo más profundamente a mis compañeros de clase. Aprender casi todos los nombres y mantener conversaciones de mas de 4 sílabas ( la típica conversación: - Hola. – Hola) con algunos de ellos. Pero siempre hay que tener en cuenta que: nunca es tarde si la dicha es buena.

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28 de noviembre de 2009

Sólo necesito mirar al cielo

La Puerta del Sol fue lo primero que visité, como no podía ser de otro modo. Un paseo, calmado para no perder detalle del corazón de la capital, me sirvió para observar a cada tipo de transeúnte. Al analizar algunos de ellos comprendí que la vida en una ciudad de tales dimensiones dista mucho de todo a lo que yo estaba acostumbrado en la mía, más humilde.

Prendido quedé de la ciudad en la que ahora vivía. No entendía (ni entiendo) las quejas que a veces escuchaba sobre los inconvenientes de Madrid. Me parecía una ciudad casi perfecta.

Su imperfección se hace visible cuando al llegar a casa o ir a la facultad no encuentro a mis amigos o familiares junto mí. También cuando no consigo chocar la mirada con el brillo del sol reflejado en el mar. Intento combatir esta imperfección mirando al cielo, pues lo comparten las dos ciudades de mi vida.
Por suerte, nunca me ha costado adaptarme a los cambios. La vida universitaria y los entrenamientos pronto formaron parte de mi rutina. Rutina que tanto me gusta, por cierto.

La universidad cogía ritmo poco a poco. Una nueva forma de entender el aprendizaje. El método universitario no tiene nada que ver con lo que nos resulta más que familiar, el colegio y el instituto. Aun así yo no me agobiaba demasiado. Me sentía feliz.

Respecto al voleibol, las cosas iban saliendo bien, empezaba a ponerme en forma a las pocas semanas de empezar a entrenar aquí. Me abstraía de todo y me servía como vía de escape.

Como ya dije, me llegó el momento de todo, también de los amigos. Empecé a relacionarme con algunas personas de clase con las que poco a poco iba sintiendo cierta confianza. Exactamente lo mismo pasó con los compañeros de equipo. Gracias a su buen trato y a encontrar una cara afable cada vez que intentaba dirigirme a ellos empecé a quitarme la vergüenza y a entablar relación con todos ellos.

Despacito y con buena letra empezaba a escribir mi vida aquí. Sigo escribiendo aún, y mientras escribo no olvido ni un solo momento de dónde vengo y a la gente que tengo allí.


Cada vez que escribo, lo hago sentado al aire libre para poder alzar la cabeza y ver el inmenso cielo azul, el mismo cielo que comparto y me une con ellos. En ese momento la imperfección se hace tan ínfima que apenas la percibo...

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21 de noviembre de 2009

De la pequeña a la gran ciudad

En septiembre de 2007 mi vida giró. Me instalaba entonces en mi primer hogar en Madrid, empezaba una nueva etapa de mi vida. Lejos de Adra. Solo.

533 kilómetros me separaban de mi habitación, desde la que veía el mar todas las mañanas cuando levantaba la persiana y las primeras luces del día hacían que me desperezase, y esa terraza donde, cuando se acercaba el verano, solía tomar un ligero desayuno contemplando la línea del horizonte quebrada por la esbelta figura de la más emblemática imagen de mi ciudad, la Torre de los Perdigones.



Mi madre me acompañó durante los primeros días. Me ayudó a instalarme, a colocar todos los bártulos y a hacer la primera gran compra. Esas cosas las podría haber hecho yo sin necesidad de su ayuda pero ni ella ni yo queríamos que el cordón umbilical que une de por vida a una madre y un hijo se resquebrajase tan pronto.

Comenzó mi actividad en la ciudad el mismo día en que llegué. Fui a entrenar con el que sería mi nuevo equipo. Conocí a mis compañeros, entrenador... El voleibol hizo que no me sintiese tan solo, por fin algo que me resultaba familiar en esta ciudad.

A los 2 días mi madre se marchó. No lloré, no reí, simplemente una sensación de vacío inundó mis pensamientos. Ni padre, ni madre ni hermano, ni amigos estaban ya conmigo.

Por fin llego el momento, la universidad empezaba. Todo era extraño, la sensación era como ir por primera vez al colegio, esta vez no iba de la mano de nadie. La gente en los pasillos de aquí para allá, alboroto generalizado, preguntas por doquier para saber dónde era tal carrera y en qué clase era cual otra. Y yo allí, en medio de todo el barullo intentando procesar todo lo que se me venía encima.

Tardé varios días (por no decir semanas) en hacer amigos en la universidad, lo mismo pasó con el equipo. Quizás fuese timidez, quizás prudencia, o quizás simplemente miedo a lo desconocido lo que me frenaba a la hora de conocer gente nueva. Pero todo llega y a mí el momento me llegó, iba integrándome, tanto en la universidad como en mi equipo. Poco a poco me iba sintiendo bien. Ya no estaba solo.

Mi vida en Madrid acababa de empezar, ¿Cuándo terminará? Estamos en 2009 y no quiero saberlo todavía.

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12 de noviembre de 2009

Punto de Partida

Son 533 km los que me separan de mi ciudad natal. Miento, mi ciudad natal es Granada, aunque considerarse granadino sólo por nacer y permanecer en la ciudad 3 días sería tachado, cuanto menos, tontería.

El lugar de nacimiento de uno mismo, a mi parecer, es aquel en el que pasas los primeros años de tu vida, en el que nacemos como personas, ese lugar donde sentimos la efervescencia de la infancia, donde adoptamos nuestros primeros valores de amor, amistad...Mi lugar de nacimiento se llama Adra y sus habitantes son abderitanos.

Ahora resido en Madrid y mi ritmo de vida es muy diferente del que disfrutaba en la pequeña ciudad de origen fenicio. Poco a poco iré contando cómo es mi vida en la capital, qué añoro de la ciudad que me ha visto crecer y qué prefiero de la gran ciudad.

¿Me acompañas mientras busco y rebusco en mi mente...?

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