La Puerta del Sol fue lo primero que visité, como no podía ser de otro modo. Un paseo, calmado para no perder detalle del corazón de la capital, me sirvió para observar a cada tipo de transeúnte. Al analizar algunos de ellos comprendí que la vida en una ciudad de tales dimensiones dista mucho de todo a lo que yo estaba acostumbrado en la mía, más humilde.
Prendido quedé de la ciudad en la que ahora vivía. No entendía (ni entiendo) las quejas que a veces escuchaba sobre los inconvenientes de Madrid. Me parecía una ciudad casi perfecta.
Su imperfección se hace visible cuando al llegar a casa o ir a la facultad no encuentro a mis amigos o familiares junto mí. También cuando no consigo chocar la mirada con el brillo del sol reflejado en el mar. Intento combatir esta imperfección mirando al cielo, pues lo comparten las dos ciudades de mi vida.
Por suerte, nunca me ha costado adaptarme a los cambios. La vida universitaria y los entrenamientos pronto formaron parte de mi rutina. Rutina que tanto me gusta, por cierto.
La universidad cogía ritmo poco a poco. Una nueva forma de entender el aprendizaje. El método universitario no tiene nada que ver con lo que nos resulta más que familiar, el colegio y el instituto. Aun así yo no me agobiaba demasiado. Me sentía feliz.
Respecto al voleibol, las cosas iban saliendo bien, empezaba a ponerme en forma a las pocas semanas de empezar a entrenar aquí. Me abstraía de todo y me servía como vía de escape.
Como ya dije, me llegó el momento de todo, también de los amigos. Empecé a relacionarme con algunas personas de clase con las que poco a poco iba sintiendo cierta confianza. Exactamente lo mismo pasó con los compañeros de equipo. Gracias a su buen trato y a encontrar una cara afable cada vez que intentaba dirigirme a ellos empecé a quitarme la vergüenza y a entablar relación con todos ellos.
Despacito y con buena letra empezaba a escribir mi vida aquí. Sigo escribiendo aún, y mientras escribo no olvido ni un solo momento de dónde vengo y a la gente que tengo allí.
Cada vez que escribo, lo hago sentado al aire libre para poder alzar la cabeza y ver el inmenso cielo azul, el mismo cielo que comparto y me une con ellos. En ese momento la imperfección se hace tan ínfima que apenas la percibo...
28 de noviembre de 2009
Sólo necesito mirar al cielo
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5 comentarios:
Bonito lo de que compartimos el mismo Sol.Muy bonito.
Patricia Berenguel
aunque 533km nos separe....siempre habrá un cielo que nos una :)
Jose, estás hecho todo un poeta. Por Dios qué les dan a los chicos en esta Universidad que escriben tan bonito!!
(:
Que buena comparación la del cielo que comparten las dos ciudades que se han cruzado por tu vida.
Muy poético. jeje =))
No sé cómo puedes escribir tan bien, cada vez que leo algo así hace que me meta tanto dentro de tu historia que hasta creo notar lo que tú notas.
Mis más sinceras enhorabuenas!! =)
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