Nada me preocupa más que ver a un ser querido pasarlo mal. Me inquieta, me pone nervioso y no me deja comprender el mundo. Cuando realmente soy yo, cuando me encierro en mi habitación, a solas, y dejo que mis sentimientos aparezcan para que nadie más además de mi los vea, me gustaría creer que todo el mundo piensa igual que yo y que siente como el corazón se encoge en el pecho cada vez que una de las personas que comparten tu vida pasa malos momentos. Como siempre, lo que me gustaría y lo que sucede en realidad no son coincidentes. La gente, que no las personas, son indiferentes ante el sufrimiento humano.
Para no estallar por dentro he decidido ser conformista. Me conformo con estremecer, aunque solo sea yo, por dentro cuando un amigo, compañero o familiar está en la cuerda floja, cuando siente que nadie en el mundo es capaz de ayudarlo a subir, nadie capaz de sujetarlo. En ese momento me conformo con ser yo la única persona que sostenga su mano, la agarre con tanta fuerza y confianza como para hacerla sentir segura de sí misma y vuelva a ocupar su lugar.
Dejar a un lado los propios sentimientos no es sacrificio cuando se trata de rescatar de las dudas y la inseguridad a una persona importante en tu vida. Para mí, ver a los de mi alrededor llevar una vida plena es una satisfacción. No me importa que la mía no lo sea, no soy yo lo prioritario, no me importa que no se preocupen por mí. Me importa que mis palabras sanen las preocupaciones de las personas que conforman mi vida.
Sólo cuando una persona te intenta ayudar a salir del abismo, sólo cuando una persona te quiere hace ver la luz con su apoyo vemos realmente lo que significa dentro de nuestro corazón cada persona que ocupa nuestro mundo. Aunque no lo consiga.
Leia Mais…